Vino ella donde él estaba y se paró
frente a frente. Él la vio molesta, encolerizada, hecha una fiera, sus ojos
lanzaban fuego. Pero eso no le importó en lo absoluto y se alegró de verla. Una
sonrisa nació en su rostro y sintió deseos de abrazarla, de olerla, de mirarla,
de oírla, de cantarle todas las cosas que tenia guardadas en su corazón. Eran
dos años que no la veía desde aquella vez.
_ Te odio –dijo ella, echa una fiera.
_ Lo sé –dijo él.
La puerta de la casa seguía abierta y
un gato plomo los espiaba desde la ventana. El cielo empezaba a opacarse y una
débil corriente de aire los acariciaba.
_ Lárgate de acá. Para qué has venido.
No deseo verte nunca más en mi vida.
_ Entiendo tu cólera –dijo el–. Pero
estoy acá. Mírame.
_ ¡Lárgate! –Gruñó la mujer–
¡Desaparece de mi vista!
Un cachorrito de tres meses salió de
la casa y empezó a oler al visitante. Otro perrito del mismo tamaño lo imitó.
_ No digas nada –dijo él–. Sólo
mírame.
Ella empezó a temblar y dos lágrimas
rodaron por sus mejillas. Un viejo recuerdo empezó a brillar en sus ojos. Los
brazos del visitante se abrieron, lentamente, para abrazarla; pero ella los
rechazó con sequedad.
_ Nunca voy a perdonarte que te fueras
sin mí –dijo la mujer.
_Lo hice por nosotros, cariño, por los
dos. Pero te prometí que volvería y lo hice. Mírame, acá estoy, contigo.
_ Me dejaste sola cuando más te
necesitaba. Me abandonaste y huiste como un cobarde. Lo siento, pero ya no
habitas en mi corazón, puedes irte otra vez.
La mano de él se deslizó en el
bolsillo derecho del pantalán de donde apareció con una carta. La dobló, la
abrió y se la dio. Era un recorte de periódico de un accidente. Un chico había
sufrido un accidente automovilístico en la carretera, decía el recorte.
_ Si no vine antes fue porque no pude
hacerlo –dijo él–. En estos dos años no has dejado de vivir en mi cabeza, no he
dejado de soñar contigo. Sé que el mundo me ha dado otra oportunidad porque
estoy a tu lado otra vez.
_ Lo siento –dijo ella, dejando caer
el papel al suelo–. Ya te olvide. Ya me case. Ya lo nuestro dejó de existir
hace dos años. Tengo un esposo que esta todos los días conmigo.
El hombre sintió una punzada en el
corazón al oír esas palabras. Se limpió las lágrimas de sus ojos y ella lo vio
opacarse, debilitarse. Murmuró algo de lo siento, fui un tonto y empezó a
alejarse. Avanzó diez pasos cuando de pronto, se detuvo, regresó, sacó algo de
bolsillo y lo entregó a la mujer que seguía de pie, mirándolo. Después volvió a
alejarse, entristecido y derrotado.
_ ¿Qué es esto? –se preguntó la mujer,
observando su mano.
Era un pedazo de madera vieja y sin
forma alguna, en donde había un corazón grabado, dentro del corazón estaba el
nombre de los dos: Jota Geldres y
Priscilla, se amaran por siempre. El destino los ha unido para toda la vida
Era el corazón que ella le había
entregado el día que se prometieron jamás separarse. Ella lo había hecho y se
lo había obsequiado cuando supo dentro de su corazón que jamás sería feliz con
nadie que no fuera él. Maldita sea, por qué demonios venia él ahora y encima le
entregaba ese corazón que ella ya había olvidado. Lo odiaba por aparecer otra
vez en su vida. Tanto le había costado olvidar todo este amor, curar esta
herida y ahora venia él, como si nada; maldita sea, te odio. No supo qué hacer,
él se iba alejando, derrotado, probablemente para siempre. “Todavía lo amas,
tonta, no puedes negarlo”, pensó. “Se está yendo, lo has botado, vino a verte
como lo prometió y tú lo botaste. Anda y dile lo que aun sientes por él”,
pensó.
UN SALUDO
JOTA GELDRES
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